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¿Quién soy yo?

Quien soy yo, letras

¿Quién soy yo? es una de esas preguntas existenciales que, si no sabemos responder, pueden llegar a convertirse en un obstáculo a la hora de ser felices. Saber quién es uno mismo y hacia dónde queremos ir es una de las bases para encontrar bienestar.

Para ayudarnos a encontrar la respuesta a esta pregunta, Amy Adkins, no da la siguiente lección:

En la historia de la humanidad, hubo tres pequeñas palabras que dejaron pensativos a poetas filósofos, y oyentes de los oráculos: “¿Quién soy yo?”

Desde el antiguo aforismo griego inscrito en el Templo de Apolo “Conócete a ti mismo”, hasta el himno de la banda de rock The Who “¿Quién eres?”, filósofos, psicólogos, académicos, científicos, artistas, teólogos y políticos todos han abordado el tema de la identidad.

Sus hipótesis son variadas y no existe consenso.

Pero, si son todos, personas creativas e inteligentes, ¿por qué es tan difícil dar con la respuesta correcta? Una traba sin duda reside en el complejo concepto de la persistencia de la identidad.

¿Cuál es el verdadero tú?: ¿La persona que eres hoy? ¿La de hace cinco años? ¿La que serás dentro de 50 años?

Y, ¿cuándo “soy” ?: ¿Esta semana? ¿Hoy? ¿Ahora? ¿En este segundo? ¿Qué parte de ti es este “yo”? ¿Eres tu cuerpo físico? ¿Tus pensamientos y sentimientos? ¿Tus acciones?

Estas aguas turbias de la lógica abstracta son difíciles de navegar, y por eso, a lo mejor conviene usar, para demostrar su complejidad, lo que usó el historiador griego Plutarco: la historia de un barco.

La historia cuenta que Teseo, el mítico rey fundador de Atenas, mató sin ayuda de nadie al malvado Minotauro de Creta, y luego regresó a su casa en un barco.

Para honrar esta hazaña heroica, durante los siguiente 1000 años los atenienses mantuvieron su barco atracado en el puerto, y recrearon anualmente su viaje.

Cada vez que algo en el barco se desgastaba o dañaba, se sustituía por una pieza idéntica del mismo material hasta que, en algún momento, ya no quedó nada de las piezas originales.

Plutarco hizo hincapié en que la nave de Teseo era un ejemplo de la paradoja filosófica que giraba en torno a la persistencia de la identidad.

¿Cómo se puede sustituir cada parte de un todo, y, sin embargo, este siga siendo la misma cosa? Imaginemos que hay dos buques: la nave que Teseo atracó en Atenas, el barco A, y el barco con el que 1000 años más tarde navegaban los atenienses, la nave B.

Nuestra pregunta es muy simple y es la siguiente: ¿A es igual a B? Algunos dirán que durante 1000 años no hubo más que una nave, la de Teseo y debido a que los cambios se realizaron gradualmente, nunca, en ningún momento dejó de ser la nave legendaria.

Aunque no tienen absolutamente ninguna parte en común, los dos barcos son numéricamente idénticos, quiere decir que son lo mismo, de modo que A es igual a B.

Sin embargo, otros podrían argumentar que Teseo nunca puso un pie en la nave B, y su presencia en el barco es una propiedad cualitativa esencial de la nave de Teseo.

No puede sobrevivir sin él.

Así, aunque los dos barcos son numéricamente idénticos, no son cualitativamente idénticos.

Por lo tanto, A no es igual a B.

¿Pero qué sucede cuando consideramos esta variante? ¿Qué pasa si, ya que cada pieza de la nave original fue desechada, alguien recogió todo aquello, y reconstruyó toda la nave original?

Una vez terminada, sin lugar a dudas existirían dos naves físicas: la que estaba atracada en Atenas, y la que está en el patio trasero de este individuo.

Cada uno podría reclamar el título de “La nave de Teseo” pero solo una podría ser en realidad la nave genuina.

Así que ¿cuál es la respuesta? y lo más importante, ¿qué tiene esto que ver contigo? Al igual que la nave de Teseo, tú eres un todo, hecho de partes que constantemente cambian su cuerpo físico, la mente, las emociones sus circunstancias, e incluso sus peculiaridades.

Están siempre cambiando, pero de una manera increíble y a veces ilógica, mientras tú permaneces siendo el mismo.

Esta es una de las razones por las que la pregunta, “¿Quién soy yo?” es tan compleja.

Y para responderla, como tantas otras grandes mentes que lo intentaron antes, debes estar dispuesto a sumergirte en el mar sin fondo de la paradoja filosófica o tal vez podrías responder:

“Soy un héroe legendario que viaja en un barco poderoso en un viaje épico”.

Eso podría funcionar, también.

El punto es que comprendas, que siempre eres, aunque cambies.